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miércoles, 19 de enero de 2011

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Tras años de esfuerzo y dedicación a toda una serie de proyectos personales, descubres que no todo el esfuerzo obtiene recompensa. Ves que los amigos, la familia, el trabajo e incluso los estudios van pasando sin dejar ningún fruto... o al menos... ninguno que alimente al cuerpo o el alma. Llegas a la encrucijada en la que hay que elegir entre los sentimientos y los ideales o la estabilidad material y las aspiraciones mundanas... y por desgracia, este último binomio gana en la elección. Siempre se afirma que el dinero no da la felicidad y por descontado tampoco las comodidades materiales, pero no creo que aquellos que no llegan a fin de mes, aquellos que pasan hambre, etc. piensen exactamente lo mismo. Yo creo que para alcanzar la felicidad es necesario al menos poseer una cierta estabilidad material primero, en la cual queden cubiertas tus necesidades básicas, y después se puede aspirar a la realización personal mediante la cultura o los ideales. Cada día abro los ojos, he aprendido a no pensar demasiado, a no ver (inmerso en una ceguera voluntaria) aquello que escapa de mi control y hace de mi vida que sea una mierda, intento alienarme para no pensar, no sentir... y lo cierto es que funciona, que llega un momento en que no hay dolor, frustración, etc.; sólo un poso algo ácido de escepticismo incómodo. El pragmatismo utilitarista hace de todo sentimiento algo ajeno.

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