Pero Nívea pertenece a esas personas que están hechas de
otro material. La luz que emana desmiente esa fragilidad acrisolada, propia del
abolengo de villanías. Sus carnes se consumen con cada día sin probar bocado.
Su determinación por la mudanza se va doblegando en cada nuevo
designio del bordón paterno. Sólo puede renegar del mundo para el que ha sido
concebida, en los brazos de Juan. El moreno de parda cabellera, surcadas de
algunas canas tan impropias de la lozanía que ostenta. Ése que le sonríe con
ojos verdes como el trigo, que faena cada jornada. Con una complexión poderosa
a la vez que dulce en la penumbra de la alcoba. Es tálamo infecundo de alegría
efímera y monstruosa, esa que desordena trastocándolo todo como si del mismísimo
vulturno se tratase. La alegría impía de los condenados a no entenderse por
pertenecer a mundos diferentes. El júbilo beato de aquellos que nunca
serán una sola carne. Con todo, ella lo busca. Indaga en la fortuna de
descubrir entre sus labios de amapola dientes cándidos, que ceden paso a
impúdicos apéndices escarlata. Son reos amantes de la incomprensión de quienes
hablan dos idiomas distintos. Ella desde la caridad sacrosanta, él desde la
libertad del tiranizado. Él que la percibe señora de hondas raíces castellanas,
ella que lo divisa en sayón umbroso de su casta. Pero Nívea pertenece a esas
personas que están hechas de otro material.
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