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lunes, 9 de abril de 2007

Pequeña historia de una familia o cómo se intenta escribir una vida: Alejo




Hace ya ni Dios sabe cuánto tiempo vivía en un pueblo, que por su tamaño y entidad política ni siquiera podría ser considerado como tal, un niño, que se dedicó a sufrir trabajos muy duros durante toda su vida porque la Guerra Civil española le impidió estudiar, como a gran parte de sus compatriotas, debido a que el Bando Nacional cerró la escuela republicana en la que el recibía formación. Creció sufriendo las penurias de vivir en la España de la Posguerra, con algún muerto en su familia y ciertas pérdidas materiales ocasionadas por el caciquismo. Las enfermedades esperaban a las personas a las puertas de sus casas, cual perro hambriento que busca destrozar un hueso con los dientes; el tifus rondaba a los niños, muchas mujeres morían en el parto, la comida se racionaba a partes iguales entre todos los miembros de la familia y las liendres eran habituales en el cuero cabelludo de los jornaleros, que dormían en pajares. También eran tiempos que ahora suscitan la nostalgia de algunas madres, la ropa lavada a mano en ríos y acequias se tendía al sol sobre cantos rodados, los almendros eran patrimonio común de muchas de las regiones, las aljibes abundaban en todos los barrios, en las casas de planta baja existían enormes patios en los que se plantaba perejil y se criaban conejos, gallinas y algún perro, se bebía gaseosa con surtidor y vino Quina. La gente vivía con lo poco que tenía en solidaridad, si alguien llamaba a una casa se marchaba con dos cebollas y en los barrios todo el mundo se conocía por su nombre y se daba los buenos días al pasar, aunque si bien es cierto que las rencillas personales, que tantos males ocasionaron con la represión de la Guerra y la posguerra, eran muy comunes.
Este joven, Alejo, pertenecía a una familia humilde pero con algunas tierras de pequeña extensión en propiedad, de hecho su padre cuando fue a hacer el servicio militar en las minas consiguió ser el cocinero porque hizo unas migas que chorreaban aceite de oliva gracias a lo bien surtido que lo tenía su mujer desde el cortijo, en momentos en los que el aceite se medía con esparto para no desperdiciarlo y las comidas salían churruscadas. Alejo creció hasta convertirse en un joven apuesto que despertaría el interés de cualquier mujer. Aun teniendo novia, despertó los amores de una joven de buena familia, hija de un constructor de origen también humilde pero que formó una pequeña fortuna y era muy querido en el pueblo por el trato de daba a los demás y su preocupación por los más desfavorecidos, Juan María Sampedro. El constructor edificó los primeros barrios propiamente dichos de este pueblo, su iglesia; dejó en herencia la empresa de construcción a sus hijos, y dos casas a cada uno, más un patrimonio familiar considerable en ese pueblo. Su hija Trinidad, perdió la cabeza por Alejo y se casaron por la Iglesia Católica Romana como mandaban la tradición, la moral imperante y las buenas maneras. Tuvieron cuatro hijos: Antonio, Juan, María de la Trinidad y Encarnación. Antonio, era un joven idealista ligado al Partido Comunista, fue el único de los cuatro que tuvo la oportunidad de estudiar carrera universitaria y se casó con una mujer de una familia terrateniente, Obdulia, tuvieron dos hijos. Juan se dedicó a trabajar en el campo, se casó con una hermosa mujer de un pueblo cercano, Nuria con la que tuvo por descendencia una hija. Trini fue la oveja negra de la familia, aunque la única hija que le quedaría a su padre en el futuro, con dieciséis años se quedó embarazada de un bala perdida, con el horror de su madre, que se preocupaba más de lo que diría la gente al saberlo que del estado de salud y estabilidad emocional de su hija, ante la vergüenza pública se fingió enferma e intentó que un médico le practicase un aborto estando de más de tres meses. Tuvo una niña, a la que se bautizó como Rebeca porque fue la página de la Biblia que se le abrió a su madre. Trini tuvo que enfrentarse al estigma de ser madre soltera bajo la falsa moral y la hipocresía de la católica España. Años después se casó con Gabriel, un agricultor, que adoptó a su hija y de esta unión nació un varón, Ulises. Años después Trini volvería a divorciarse para horror de sus paisanos y tendría una tercera hija, Ariadna, con su segundo marido. Encarna, probablemente la más materialista, superficial y vacía de los cuatro se casó con un cámara de la televisión pública autonómica, de una familia muy rica, poderosa e influyente, para orgullo de su madre, tuvieron dos hijos. El caso es que Alejo no fue ni un buen padre ni un buen esposo. La casa la llevaba Trinidad, si ella enfermaba y se fundía un bombilla o llegaba la hora de comer, tenía que levantarse para solucionarlo. Alejo se dedicaba a trabajar en el campo, a beber, al juego y de vez en cuando daba alguna paliza a su mujer o a alguno de sus hijos. Su matrimonio fue tortuoso por una razón dura y sencilla, Alejo nunca amó a Trinidad, sino que se casó con ella por su estatus social y por su dinero. En una ocasión estaba tan borracho que fue a pegarle a alguien en una de esas comunes reyertas que van aparejadas con la ebriedad, y tal era su obnubilación y su fuerza descomunal que tres hombres no podían contenerlo. Otra noche llegó a su casa borracho y le dio tremenda paliza a su mujer, Trini, no lo pensó, cogió un cuchillo jamonero y se lo situó ante el estómago y dijo: “¡como vuelvas a tocar a mi madre, te rajo!”. Él se echó a llorar y no volvió a tocarla nunca más. Alejo consiguió regenerarse, dejó el juego y la bebida, y se convirtió en un abuelo afable y muy querido por sus nietos, que se dedicaba tras jubilarse a jugar solitarios en la mesa camilla mientras veía la televisión. Pero las desgracias nunca vienen solas, y le descubrieron un cáncer de pulmón. Lo trasladaron a Barcelona y allí, con terror por parte de los médicos le extirparon un pulmón completo. A la vez Trinidad se divorció de él porque estaba empezando a volver a jugar y ella no podía aguantar más. Y tuvo que quedarse a vivir tras la operación con su hija Trini y su yerno Gabriel. El resto de la familia se desentendió de él, a excepción de su hijo Juan, que después también lo alojaría un tiempo en su casa, tras marcharse de la casa de su hija rechazando que ella empezase a salir con el que sería su segundo marido. Vivió solo durante años hasta que se rencontró con la que fue su novia de la juventud, Fe, que se había casado y había enviudado dos veces. Con ella vive aún una vejez tranquila y sin sobresaltos. Ahora colaborando en las tareas domésticas y siendo el marido que nunca fue con Trinidad, la mujer que tanto lo amó.

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